
La creación es un aspecto de la pedagogía de Freire que encuentra respuesta en las apuestas de Bárcena (2005) y Larrosa (2003). Para ellos, la persona creadora se configura en un sujeto expuesto, abierto, curioso, pasional y arriesgado a la aventura. La formación del sujeto es nacimiento a un mundo de la incertidumbre y “del devenir dinámico y plural”. Sin prejuicios, el sujeto se crea en el hoy, habita el acontecer y la profusa magia de lo inesperado. Es allí, en esas nuevas configuraciones, que la creación es poesía y se erige como una pedagogía que permite al ser humano crearse. Se requiere una mente poética para hacer posible nombrar, abrir y exponer mundos no pensados, mundos del comienzo. Desde este mismo carácter de creación, el pensador brasileño (1970) señala que es preciso pronunciar el mundo transformado, es decir “viabilizar lo inviable”, hacer presente lo que se podría plantear futuro. Entonces, el educador es un poeta, así lo dicen filósofos y pedagogo: “De ahí que se pueda sostener que la acción educativa es, en gran medida, una acción poética, y que el educador es también un poeta, un narrador” (Barcena & Melich, 2008, p. 106). “El educador es también un artista: el rehace el mundo, él redibuja el mundo, el repinta el mundo, recanta el mundo, redanza el mundo” (Freire, s.f.).

Se reconocen unos a otros en sus devenires, encuentran solidaridad, cuidado y acogida. En estos textos literarios hay historias de relaciones humanas que nos convocan a todos: el padre, la madre, los hijos, los hermanos, los abuelos, los amigos y la pareja. La magia de estos círculos consiste, entonces, en permitir la expresión del cuerpo y la voz. “La palabra literaria es un saber que dice del cuerpo, al escucharla pueden haber más curaciones que enfermedades”. (Cuervo, 2011, p. 66).
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